El mundo tiene un antes y un después de la pandemia del corona virus, que se expande a una velocidad vertiginosa, ya que es poco probable que todo vuelva a ser exactamente igual a partir de este momento. Hace unos días el aclamado autor Yuval Noah Harari mencionaba en un artículo que a partir de lo que acontece y como se están tomando las decisiones, éstas “definirán nuestro modo de vida futuro. «Esa es la naturaleza de las emergencias. Aceleran los procesos históricos. Las decisiones que en tiempos normales podrían llevar años de deliberaciones se aprueban en cuestión de horas”. (Harari, 2020)

De igual manera existe un antes y después de la emergencia sanitaria de 2020 en la educación. De la noche a la mañana todo un sistema que no ha cambiado drásticamente desde la revolución industrial se vio forzado a dejar la presencialidad sincrónica dentro de un salón de clases para pasar a un entorno digital mediado por plataformas educativas, herramientas para video llamadas, chats y demás, donde premia mayoritariamente la asincronía, la conectividad y el acceso remoto. “El mayor cambio que requiere el aprendizaje virtual es la flexibilidad y el reconocimiento de que la estructura controlada de una escuela no es replicable en línea”. (Villafuerte, 2020).

Estas situaciones han resultado, en muchos casos, en una completa aglomeración de servicios, cambios en las planificaciones, cambios en los modelos de evaluación y en las mismas reglas y normativas, tal es el caso de Honduras, donde el Consejo de Educación Superior tomó una decisión histórica y se anticipó a la situación que se avecinaba para trasladar el modelo presencial a uno íntegramente virtual, todo en tiempos de pandemia. Ha resultado un reto mayúsculo, que ha venido a mover los cimientos de la Educación Superior en el país, pero que hasta el momento ha resultado ser una excelente decisión.

Por lo que hemos leído, no a todas las instituciones de educación superior del orbe la emergencia los tomó igual, algunas estaban preparadas, otros poco preparadas y otras aún reman contra el tiempo para lograr implementar la virtualidad en un momento donde el aislamiento social resulta obligatorio. Muchas instituciones se vieron forzadas en un abrir y cerrar de ojos a migrar hacia plataformas educativas, formación de sus docentes para que fueran tutores virtuales, y adaptarse a la realidad que muchos estudiantes no sabían usar las herramientas tecnológicas disponibles.

Si bien es cierto la urgencia hizo que se tuviera que acelerar el paso con una parte de la población docente y estudiantil que se resistía al cambio, la transición sigue en camino, con mucho trabajo de por medio, pero buscando lograr el objetivo de aprendizaje.

   

 

No sucede igual con instituciones de niveles básico y secundaria que no necesariamente estaban preparados, en especial los pertenecientes al sistema gubernamental, que históricamente han tenido menos acceso a este tipo de tecnologías y herramientas. La pregunta sería ¿Cómo hacer para que aquellas personas que han terminado siendo excluidas de la educación virtual pueden integrarse al sistema? Cuando no todos tienen condiciones socioeconómicas que les permitan tener computadoras en sus casas, acceso a internet y mucho más drástico acceso a servicios básicos como la electricidad.

Es una situación que sin duda alguna afectan más a los estudiantes considerados vulnerables. Villafuerte (2020) plantea que “sólo alrededor del 60 % de la población mundial tiene acceso a la red. Generando que muchísimas instituciones busquen soluciones provisionales a esta crisis, tales como el sistema educativo mexicano, que fuera de colegios privados o facultades universitarias, no se acogió la implementación de aprendizaje en línea para el sector público”.

   

Al mismo tiempo, y buscando salir adelante en medio de la crisis, existe una transición forzosa y contra el tiempo, en la que miles de docentes en todo el mundo se han visto obligados a recurrir a herramientas como YouTube, Zoom, Facebook, WhatsApp, Chamillo, entre otros, para organizar sus contenidos y buscar normalizar sus clases, pero esta vez desde la pantalla de una computadora.

Los docentes actuales enfrentan una situación no vivida antes, ser tutores de sus alumnos, pero alejados de una pizarra y un salón de clases, sino desde la virtualidad. Esta situación ha resultado en un reto para los docentes, que tienen no solo la obligación, sino que la exigencia de adaptarse a los requerimientos del momento producto de la pandemia y la cuarentena.

Por lo tanto, y en vista que no es un momento fácil para docentes y estudiantes, resulta necesario que se encuentren maneras de motivar y automotivarse, desarrollar herramientas que estimulen la creatividad para con esto se promueva adecuadamente el aprendizaje. La motivación al final de cuentas lo que busca es disminuir el impacto del aislamiento social sobre la educación y el aprendizaje, más después de que se sustituye la rutina de asistir al centro educativo, convivir físicamente con compañeros y amigos, así como salir del ambiente de casa, del que estoy seguro no todos estamos acostumbrados a tenerlo como un espacio para aprender temas que vería en la escuela, colegio o universidad.

La creatividad debe de alguna manera promoverse a través de planificaciones flexibles, organización de tiempos y cantidad y peso de las asignaciones que se desarrollen. La idea es hacer actividades que hagan los estudiantes de manera autónoma y no terminen siendo realizadas por padres de familia y/o compañeros de clase. Lo que debe promoverse son espacios para la construcción del aprendizaje y no situaciones que lleven a la memorización y repetición. Para esto empresas como Google ha desarrollado herramientas como Google classroom, donde los docentes novatos en temas digitales pueden aprender de una manera muy simple sobre el desarrollo de planificaciones, evaluaciones y construcción de entornos virtuales de aprendizaje.

Educar, enseñar y ser docente en tiempos de pandemia vino a ser un balde de agua fría para muchos que no estaban listos para el cambio hacia la virtualidad. Nos demuestra que cada vez es más necesario articular los procesos de formación desde la óptica de un mundo cambiante, desde la utilización de herramientas tecnológicas y sobre todo al estar capacitados para ambientes cada vez mas diferentes.

   

Bien lo dijo Einstein en su momento “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque la crisis trae progresos” y en nuestro caso ha sido adaptar la docencia y aprendizaje a la virtualidad, lo que supone educar en tiempos de pandemia.

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